SANTO DOMINGO OESTE. Cada año, miles de fieles católicos dominicanos se congregan en iglesias, calles y comunidades para celebrar el Día de Corpus Christi, una de las solemnidades más significativas dentro del calendario litúrgico de la Iglesia Católica. Más allá de la procesión y los actos religiosos, esta festividad representa un pilar espiritual que une generaciones y refuerza el tejido cultural y comunitario del país.
Para entender mejor el sentido y la vivencia de esta celebración, conversamos con Ángela Sánchez, directora de la Escuela de Teología para laicos San Carlos FOUCAULD, quien desde la parroquia Nuestra Señora del Rosario en Manoguayabo, ofrece una visión clara sobre la importancia del Corpus Christi en el contexto dominicano.
El sentido teológico de una celebración viva

“El Corpus Christi es la solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo. Es la presencia real de Jesús en la Eucaristía”, explica Sánchez. Esta celebración, que tiene lugar 60 días después del Domingo de Resurrección, está dedicada exclusivamente a honrar ese misterio central de la fe católica: la presencia viva de Cristo en el pan consagrado.
La festividad permite a los fieles profundizar en su espiritualidad, al recordar que, para la Iglesia Católica, el sacramento de la Eucaristía no es un símbolo, sino una presencia real y transformadora. “Es una manera de renovar la fe, de testimoniar lo que creemos y de reafirmar nuestro compromiso como cristianos”, afirmó.
Tradición, cultura y fe en el corazón dominicano
A diferencia de otras fechas religiosas, el Corpus Christi ha logrado mantenerse como una celebración masiva tanto en zonas urbanas como rurales. “En República Dominicana, se celebra de forma religiosa pero también cultural”, señala la entrevistada. Procesiones, alabanzas, actividades comunitarias y convivencias familiares son parte del paisaje habitual en esta solemnidad.
Lo interesante, explica Sánchez, es cómo la tradición ha trascendido fronteras. “Los dominicanos que emigran continúan celebrando Corpus Christi allá donde estén. Es una forma de mantener viva su fe y su identidad cultural”, comenta. Esta persistencia revela cómo la religión, en su dimensión comunitaria, opera también como un puente entre generaciones y territorios.
La comunidad como protagonista
Uno de los elementos más destacados de esta celebración en el país es la participación activa de la comunidad. “Sin comunidad, no hay actividades”, dijo Sánchez con convicción. Desde la familia hasta los ministerios parroquiales, todos tienen un papel en la organización y expresión de la festividad.
El rol de la comunidad no solo es logístico; es esencialmente espiritual. Es en el encuentro con los otros donde se experimenta el sentido profundo de la Eucaristía. “Reflejamos el amor de Cristo en la comunidad, en los hermanos, en los más necesitados. Es una fe viva que se comparte”.
Un mensaje vigente en medio de un mundo acelerado
En una época marcada por el individualismo, el consumo y la indiferencia hacia lo espiritual, el Corpus Christi se erige como un recordatorio de valores fundamentales. “Debemos vivir más desde el ser y no desde el tener”, reflexionó Sánchez. Para ella, esta celebración ofrece una pedagogía de vida cristiana: servicio, caridad, justicia y amor al prójimo.
La entrevistada también subraya la importancia de recuperar el sentido profundo del día. “No es simplemente un día libre. Es un día para reconocer que Jesús está vivo y presente. Y eso hay que celebrarlo en comunidad, con gratitud y compromiso”.
Entre mitos rurales y fe adulta
Sánchez comparte una anécdota común en muchos campos dominicanos: la creencia de que, durante el día de Corpus Christi, los bueyes hablaban como castigo a quienes trabajaban ese día. “De niña yo lo creía, y hasta le temía a los animales”, recuerda entre risas. Hoy, esa leyenda representa para ella el contraste entre la religiosidad popular y la madurez en la fe. “Uno crece, estudia, y entiende el verdadero sentido de esta celebración”.
Una fe que camina con el pueblo
Corpus Christi no se limita al altar. Es una celebración que sale a la calle, que convoca a todos, que une a los que creen y a los que buscan creer. En palabras de Sánchez, es una experiencia única que “nos recuerda que Cristo está verdaderamente presente y que ese amor debe compartirse con los demás”.
En un país donde la religión forma parte del ADN social, esta solemnidad sigue siendo una de las expresiones más vivas de la espiritualidad dominicana, marcando el calendario con una pausa sagrada en medio del ruido del mundo.