Por Dra. Marcia Castillo (neuróloga)
Foto: https://tucuentofavorito.com/los-dos-reyes-y-los-dos-laberintos-cuento-para-adolescentes-y-adultos/
El aleph es uno de mis libros favoritos, escrito por el maestro Jorge Luis Borges. En él, varios de sus cuentos interpelan de manera metafísica, pero también psicológica, las tremendas ambigüedades de la naturaleza humana.
Si crees que vas a obtener resultados diferentes haciendo las mismas cosas, eres estúpido, decía el tío Einstein, o tal vez te extirparon parte del hipocampo y padeces lo que los médicos, en su tecnolenguaje, llaman amnesia anterógrada (los eternos prisioneros del presente). Como el caso de Dory en Buscando a Nemo. Aunque hemos estudiado estos casos ad nauseam a través del paciente “HM”, sería infeliz decir que tienen “memoria de pez”, pues esto es un mito y no es el leitmotiv de este artículo. Lo que sí quiero resaltar es la frase de que los pueblos que olvidan sus historias están indefectiblemente condenados a repetirlas, porque la memoria es el ropaje del pensamiento.
Hace unos sexenios, un hombre negó la existencia de los atroces impactos del cambio climático y se negó a aceptar las recomendaciones de la OMS. Que vamos, no siempre atinan, pero algo aconsejan. Este hombre acusó a los inmigrantes pobres “fagocitar, digerir y excretar” los animales domésticos. Fue a las elecciones y ganó con el voto de aquellos a quienes ahora tilda de malandros “pa casita Mariita y Josesito, que allá se ven más bonitos”.
Dice que ha sentido la misericordia de Dios… Bueno, sí que tiene un Dios, aunque su ego es Dios; el otro, el de lo humanoide, se sienta a la derecha. Es el hijo predilecto y no hay nada encima de la tierra, debajo, pero sobre todo encima, que su hijo quiera conquistar. Brinca detrás de él, se ríe y levanta la mano, pero ¿quién es el padre de quién? Una trinidad, porque está el del medio que acude dizque a negociar como un paráclito, pero siempre que el omnipotente gane; si no, no hay negocio, socio.
Mi mamá dice que es un presidente bueno porque es católico y está en contra de esa aberración de cambiarse de sexo. Él cree en la gran familia, y la dejo pensarlo porque alcanzó popularidad teniendo un expediente legal abierto.
Pero volviendo a Borges, que es lo que quiero contarles: este hombre se va a resguardar en la opulencia, en su afán de totalitarismo y su inteligencia macabra, en las blancas paredes de su blanca mansión. “El mundo necesita a USA, USA no necesita al resto del mundo”. Todos los que son de su séquito, adulan y eligen unirse a esta disforia mundial que nos muerde los talones. Les quiero compartir un cuento del maestro para que les ayude a dormir.
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey.
Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías, ni muros que te vedan el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquél que no muere.
Sí…, tal vez no necesites al resto del mundo, pero, ¿qué harás cuando te quedes solo en el desierto? Sin la humanidad lo que queda solo es polvo y arena, magnánimo rey del palacio blanco.