Dr. Jekyll, hombre puntual y padre amoroso
Por Dra. Marcia Castillo
El Dr. Jekyll se levanta puntual. El sonido de alarma que eligió para el celular es sosegado, pero él es sosegado, así que está bien. No alcanza a sonar dos veces cuando ya está camino al baño a realizar primero su rutina fisiológica y luego se dedicará a acicalarse meticulosamente. Consulta el reloj y está en el tiempo preciso. Eso le gusta. Cepilla sus dientes, los de arriba para abajo, los de abajo para arriba, con el mismo ritual desde que era niño, siguiendo mentalmente la cancioncita sin saltarse ni un paso, solo que ahora incorporó el enjuague bucal y las gárgaras. Antes no lo hacía. Claro, antes no había tantas cosas raras de las que cuidarse.
El espejo le devuelve su imagen con algunos pelos que desencajan por aquí y por allá. Hoy, cuando salga del trabajo irá al barbero. No le gusta que la barba le haga parecer desaliñado. Se baña, se viste, no desayuna porque está en régimen de ayuno intermitente. Eso lo mantiene “enfocado y joven”, dice. Está en buen tiempo, eso le gusta. Las manecillas marcan 6:35. Desde el divorcio Jekyll vive solo. Lunes, miércoles y viernes debe llevar a los niños al colegio y hoy es miércoles. La puntualidad no es una de las virtudes que engalanan a su exesposa, un mal hábito que está traspasando a los niños y eran causa frecuente de disputa en la pareja. “Eso no me gusta, lo tengo cronometrado 10 min hasta su casa, 5 min en lo que los niños bajan, se despiden y por fin logro que entren al carro y que se pongan los cinturones”, consulta el reloj nuevamente suspira y dice: “Tenemos buen tiempo”.
—Ahh, ¿y ustedes no besan la mano? —pregunta Jekyll, y los hijos le piden la bendición…
—¿Qué tal todo?
—Bien —responden a coro.
—¿Y la tarea?
—Ahí, mucha —responde el más grande, que solo tiene ocho y nunca saca la cabeza del iPad.
—¿Y tú, mi amor? —pregunta Jekyll a la de pequeña, que apenas tiene cinco—.
—Hoy toca deporte, no me gusta el deporte porque soy la más chiquita y me dicen enana —responde, mientras mira por la ventana.
Jekyll calla y después le dice:
—Tranquila, amor, ya vas a crecer. Mira, yo soy alto y me decían pitufo —Le hace un guiño por el retrovisor.
El mayor no escucha, no habla, no respira. El iPad le cubre toda la cara.
El tráfico se para, aunque el semáforo esta verde. 1 min, 2 min, 3 min, 4 min. Hyde aparece: “Coño, qué mierda, y ahora, seguro hay alguien atravesao o un jodío AMET”.

El hijo mayor saca la cara del iPad. Sabe que a partir de aquí las cosas van a ser diferentes. Papá va a empezar a tocar bocina, a maldecir, a hablar mal de mamá a dar manotazos y hablar consigo mismo como si ellos no estuvieran. Se acabaron los guiños y las preguntas amorosas.
Hyde al volante y Dr. Jekyll en su cabeza tratando de urbanizarlo
Tranquilízate, solo está haciendo su deber. Pero no ves que es una estúpida. Ah, pero pásame por encima, te va dejar meter todos los carros primero. Tranquilo si te metes vas a hacer más tapón, deja pasar esa señora, se ve que es una señora mayor. Sí, pero, ¿por qué espera tan tarde para salir? Esto no lo arregla ni Trujillo, ni el mismísimo diablo que venga. ¿Quieres que tus hijos repitan esas palabras? No saben manejar ¿para qué compran carro? ¿tú ves tenía que ser una mujer? Tu hija es mujer ¿quieres que crezca con esa idea? ¡ah, ya no, motorista del demonio! mira como me rayó, el bomper le voy a tirar carro encima ¡No, tú no sabes si ese hombre anda armado! Si él es guapo más guapo soy yo.
El llanto, el asiento de atrás, los gemidos son altos y confusos llamando al papá que se meta al carro otra vez, pero Hyde no escucha. El iPad rueda por el suelo. El varón abraza a su hermana. Viene la AMET hablando por su aparato, diez “motoristas” lo rodean, el tráfico está paralizado, ya no importa el reloj, ni la hora de entrada al colegio o el barbero. Solo hay gestos obscenos y un barullo de voces divididas que intentan apaciguar el caos y otras que atizan el fuego: “Abusador ese pobre “motorita” es un padre de familia buscándose su moro. Solo porque andan en carro del año creen que pueden hacer lo que quieren”.
Una mirada neurosocial a la violencia en el tránsito
La ciencia no tiene todas las respuestas, pero si muchas preguntas: ¿por qué nos transformamos cuando nos adentramos en la vorágine del tráfico? La verdad es que ¡no existe un efecto Dr. Jekyll y Mr. Hyde!; pero sí existen mecanismos plurigénicos según los aportes socioantropológicos, que intentan cada día explicar por qué en muchas ocasiones se pierden las normas de urbanidad y de cortesía en los momentos en que el tráfico es más estresante. Aquí analizaremos algunos costados de este prisma que parecen interesante a la luz de un fenómeno muy globalizado, pero a su vez muy particular.
Primero, miremos la teoría del carro, la que sugiere que el automóvil se ha convertido en una extensión de la personalidad de sus conductores, y que la velocidad y el poder que se asocian con la conducción pueden influir en la forma en que los conductores se comportan en la carretera. Por otro lado, la hiperproductividad hace que nos arrope la necesidad de ser los primeros en llegar al semáforo, ya que el dinero se mide en tiempo, y viceversa. Más trabajo, más dinero. Ell tiempo que perdemos en los entaponamientos del tráfico va en detrimento de las finanzas. En ese mismo sentido, la sociedad cada vez está más atomizada, develando una dura y tangible falta de empatía que contribuye a conducir imprudentemente. Cada conductor es una isla que no toma en cuenta las necesidades y el bienestar de los demás.
Los accidentes de tráfico por imprudencia son una tragedia humana que afecta a millones de personas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los accidentes de tránsito son la novena causa de muerte en todo el mundo, y la primera causa de muerte entre personas de 15 a 29 años. Además, se estima que alrededor del 90% de los accidentes de tráfico son causados por errores humanos, como la conducción imprudente, la velocidad excesiva y la conducción bajo los efectos del alcohol y otras sustancias.
Cada accidente de tráfico es un recordatorio de la importancia de la educación, el civismo y la responsabilidad con el otro. El ser humano no puede levantarte vestido del Dr. Jekyll y terminar el día ataviado con los ropajes de Mr. Hyde, pues la magnitud de estas tragedias no se mide en términos netamente numéricos: detrás de cada estadística hay una historia humana, hay una familia que queda para siempre fracturada, una vida truncada, unos niños que tal vez, simplemente, lleguen tarde hoy al colegio o mañana, irremediablemente, estén enterrando a su padre.