Por Dra. Marcia Castillo
Foto: https://psicologiaymente.com/biografias/sigmund-freud
Sí te paras en la casa #19 de la calle 1090, en Viena, encontrarás un edificio con dos fachadas un tanto antagónicas, uno antiguo, de cinco pisos, y otro pequeño, moderno, con vidrieras altas, una tienda librería con un letrero rojo que indica: Casa museo Dr. Freud.
La casa, los pisos, la fachada, incluso el timbre redondo en el lateral de la puerta grande de madera, se ven intactos; pero el inmobiliario doméstico y de consulta de Sigmund y su hija Ana debió ser cuidadosamente recolocado según la memoria de uno sus hijos, ya que Freud y su familia huyeron de Viena y de la espada del genocida que pendía sobre sus cabezas, dejando para siempre su casa y su vida una madrugada del 1938. Tenía 70 años. Había padecido cáncer de mandíbula y perdido familiares y amigos entrañables ahogados en las cámaras de gas donde el nazismo asestó aquel golpe mortal a la humanidad.
Estoy aquí para ver al profesor Freud ,¿dónde le espero?
La sala de espera es un espacio con muebles de terciopelo rojo vino. La pared completa está cuidadosamente decorada: cuadros de alegoría onírica o mitológica; cuelgan también allí sus múltiples laudos, fotos de maestros y altas figuras del mundo de la ciencia. El conjunto es una invitación clara a la imaginería y a irse conectando con el subconsciente y las pulsiones primarias.
El conjunto además es una dura declaración: Aquí consulta Freud, no fundé el psicoanálisis, yo soy el psicoanálisis. Resalta además en otra foto donde está la sociedad de psicoanalistas y él, sentado en el centro, con mirada aguda y penetrante, como un semidiós casi entronizado.
¿Y esa foto de ahí?
Pesadillas o el íncubo sobre la mujer dormida, está arriba, a la derecha, no es la más grande, pero la composición mixta entre lo grotescamente oscuro de íncubo y la mujer yaciente, blanca y pura, tendida debajo de él, no te permite apartar la mirada de la obra, al fondo la yegua negra nocturna, la pesadilla.
La primera vez que escuché sobre el cuadro de Füssli quedé fascinada. Lo estudié con vocación y pasión, hechizada al ver en blanco y negro a Borges, septuagenario, describir de memoria un ensayo prolijo, de una hora, sobre Los sueños, con su voz de artista y alquimista del lenguaje, al celebrarse las conferencias Siete noches con Borges.
Hablaba de la analogía de la parálisis del sueño y la relación lingüística del íncubo, criatura que se posaba encima de la mujer paralizándola y generando la pesadilla, la cual es simbolizada por la yegua nocturna, explicaba Borges. En ingles “yegua nocturna” es “nightmare” que a su vez significa pesadilla, animal mítico vinculado al onirismo erótico. Ni Sigmund ni Borges habían nacido en 1781, cuando Füssli concibió esta obra.

La pesadilla, Johann Heinrich Füssli, 1781
Freud estaba obsesionado con los sueños y su vínculo con el sexo. Borges, por su lado, con los sueños y lo mitológico. En cuanto a mí, tengo un tremendo encantamiento con Borges, Freud, lo onírico y lo mitológico: ¿Qué hacíamos en la sala de espera? Esperar. ¿Quienes? Borges, Freud y yo. ¿Y Freud no estaba dentro? No, él salió a recibir a Borges, Borges no es cualquier paciente. ¿Entonces qué pasó? Estábamos los tres absortos frente al cuadro. “Faszinierend”, dijo Freud. “Fascinante”, dijo Borges sin acento. ¿Es original? quise preguntar yo, pero imagínate, mejor no dije nada.
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