Por Marcia Castillo
Oxímoron es una de mis palabras favoritas, bien por cómo se escribe o bien por su significado dicotómico. Integra en sí misma el epítome de la contradicción como la palabra agridulce, claroscuro, tensa calma o felicidad doliente, que es el tópico sobre el cual quiero volcarme en este artículo.
La felicidad doliente: Un mal omnipresente de la tardomodernidad
Acudimos a un momento histórico que parece una novela de mal gusto concebida entre Dickens y Bradbury. Rehuimos al dolor físico y psíquico de todas las formas posibles, no obstante, todos parecen sufrir de algo o estar permanentemente incómodos con algo, y este sentimiento no es validado por los demás porque no encaja en los paradigmas actuales. Como lo explica Byung Chul Han (BCH) en su luminoso ensayo La obligación de ser feliz, la maquinaria neoliberal deja claro que la felicidad individual es tu deber, una obligación en su fin y su forma, la tristeza o la melancolía son sinónimos del fracaso del hombre, en fin, apurados a ser felices “la happycracia” manda.

Byung Chul Han, filósofo y ensayista surcoreano experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín.
Otro costado del problema también es planteado por Han:
En lugar de cuestionar críticamente la situación social, el sufrimiento, del cual sería responsable la sociedad, se privatiza y se convierte en un asunto psicológico. Lo que hay que mejorar no son las situaciones sociales sino los estados anímicos, atomizando más al ser humano.La exigencia de optimizar el alma que en realidad les obligan a ajustarse a las relaciones de poder establecidas, oculta las injusticias sociales. Relegados y apartados somos menos autocríticos, huimos de la agonía y el sufrimiento, queremos encajar, que alguien o algo nos substraiga de nuestro propio yo y nos divierta.
Nos mostramos felices pero no somos más que el personaje que decía Jung: una máscara que nos ponemos para adaptarnos a las masas siempre sonrientes. “Pónganse para el selfie”, “digan chiss”, felices aunque duela.
La Happycracia en los medios de comunicación masiva
Las redes son un escenario perfecto para maquillar las brechas y la exclusión social. Se juega a ser otro y se ostenta la vulgaridad y la mentecatez, incluso se alardea de ella y algunos hasta se lucran de ello. Pululan “pseudocientistas, couching y profetas”, y todo va bien porque aquí todos vamos felices y somos felices. Diviérteme por favor, like, like, me electrocutaste. ¿Te parece que soy feliz? ¡No estoy feliz, estoy medicado! glu glu glu, like, like.
La voluntad de combatir el dolor a toda costa hace olvidar que el dolor se transmite socialmente. El dolor refleja desajustes socioeconómicos de los que se resiente tanto la psique como el cuerpo. Los analgésicos, prescritos masivamente, ocultan las situaciones sociales causantes de dolores. Reducir el tratamiento del dolor exclusivamente a los ámbitos de la medicación y la farmacia impide que el dolor se haga lenguaje e incluso crítica. Con ello el dolor queda privado de su carácter de objeto, e incluso de su carácter social. La sociedad paliativa se inmuniza frente a la crítica insensibilizando mediante medicamentos o induciendo un embotamiento con ayuda de los medios. BCH (La sociedad del cansancio).
¿Acaso existe alguna diferencia entre el embotamiento farmacológico y el embotamiento cibernético?
Todo parece apuntar qué necesitamos estar embotados y embobados. En la actual crisis de identidad y desarraigo se cimenta una incapacidad real y progresiva de pertenencia, y nuestro cerebro, esencialmente nuestro cerebro medio, adjunto a los circuitos que le conectan a la corteza orbitofrontal, buscan gratificación y recompensa… Un respiro o una salida inmediata para no perder la cordura, pero a largo plazo esto deja de funcionar, va desgastándose y demandando estímulos más intensos que terminan poniendo nuestro equilibrio anímico conductual en una cuerda floja.
La evolución trabajó los últimos 100 millones de años para darnos una corteza prefrontral y no debería ser en vano, es ella quien nos permite tener cohesión social, proyección hacia al futuro, medición de riesgo y pertenecía de tribu, siendo así que la atomización humana poco a poco va tirando todo esto en el saco del olvido, esta es una de las razones por lo que la felicidad instantánea que ofrece la tardomodernidad, es líquida (Z. Bauman), instantánea, movediza y agotable, una felicidad doliente.
Según Nietzsche “Dolor y felicidad son dos hermanos, y gemelos, que crecen juntos o que juntos siguen siendo pequeños”, por eso si se ataja el dolor, la felicidad se trivializa y se convierte en un confort apático. En esto nos ha ido transformando la tardomodernidad y las redes: en máscaras A- pathos (sin emociones). El hombre actual va cambiando de personaje o emociones a demanda y según “lo más viral”, nos vamos abismando en la vacuidad y la alegría evaporada, parafraseando de nuevo Nietzsche: cuando miras mucho tiempo el abismo el abismo termina mirándote a ti.