Por Dra. Marcia Castillo
Burnout es uno de esos neologismos que la comunidad científica termina adoptando de manera indefectible no solo porque el lenguaje es dinámico, sino porque los hablantes entienden perfectamente la analogía del concepto. Además, no existe una palabra más cómoda para resumir su definición. Podríamos usar psicopirólisis (quemamiento psicológico), pero alguien podría confundirlo con un adepto de Nerón, o quemamiento emocional, pero es que Burnout (BO), va más allá de los síntomas psicológicos, puesto que el desorden neuroquímico y la cascada del popularizado cortisol, que tanto injuria el cerebro, lo hace de igual forma en múltiples sistemas: el cardiovascular, el inmunológico, el endocrinometabólico y el digestivo, entre otros. El distrés ligado al Burnout es solo una de las dos caras de Jano, la otra cara es el derrotero de manifestaciones sistémicas que acarrea.
Pero, ¿cómo define el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSMV) este quemamiento o BO?, ¿quiénes lo padecen y por qué? Puesto que hoy todos parecen tener algún síntoma del mismo, ¿acaso se contagia como un hongo en una piscina? Y finalmente, ¿nuestros abuelos eran inmunes al BO?
El Burnout es un estado de agotamiento físico, mental y emocional causado por el cansancio psíquico o estrés que surge de la relación con otras personas en un clima laboral poco favorable y que desgasta moral o físicamente al individuo, aunque puede darse en varios escenarios refiriéndonos específicamente a los espacios de trabajo, y se va generando progresivamente hasta desembocar, en ocasiones, en la incapacidad para continuar de manera óptima.
Las poblaciones más vulnerables son las profesiones que implican dedicación y entrega hacia terceros, como, por ejemplo: maestros, personal sanitario, agentes ligados al control ciudadano o cumplimiento de las leyes y encargados de asuntos sociales; aunque cada vez más aumentan los casos en cualquier persona que tenga jornadas laborales prolongadas y extenuantes en las que no se sienten comprometidos, motivados ni valorados.
Sumemos a los grupos de riesgo aquellos que tienen que continuar con trabajo adicional en casa, como el teletrabajo, la sobrecarga doméstica, el cuidado parental, sin tener tiempo para el esparcimiento, el ocio, o alguna actividad gratificante.

El BO acarrea un elevado absentismo laboral, consumo de medicamentos para conciliar el sueño, alcohol o drogas, así como la adopción de determinadas conductas de riesgo o violentas. Suelen aparecer conflictos y fricciones en las relaciones interpersonales y transpersonales, por una sensación de falta de perspectiva, estancamiento y frustración; esto va a mermar la calidad de los servicios prestados y se expresará en manifestaciones cognitivo-conductuales como: inatención, falla en el potencial cognitivo, niebla mental y labilidad emocional, entre otros.
Te preguntas: ¿otro día más?, ¿más de lo mismo? Hasta que la semana se convierte en una repetida bitácora monocromática a la que tienes que empujar como la piedra de Sísifo.
Por otro lado, está la sociedad tardomoderna y la hiperproductividad, donde reina la idea de que mientras más trabajas más produces, y a mayor producción, mayor éxito; el concepto de autoempleado y la autoexplotación, a la que nos sometemos en procura de alcanzar nuestros objetivos, el tiempo que parece haberse encogido, como reza Byung Chul Han, y no hay tiempo para el tiempo. Atrás quedaron esas luchas por jornadas laborales justas.
En el otro costado del prisma están los que quisieran que el día tuviera 28 horas porque el tiempo no les alcanza, en la modernidad líquida es todo rápido, efectivo y para ya, así se insulta el aparato psíquico en detrimento de nuestra integridad psicofísica.
Workaholic es otro anglicismo que nace en el último medio siglo para cubrir la necesidad de explicar ciertas aptitudes y actitudes de algunas personas en la que el trabajo ocupa el centro de su vida y todo lo demás es secundario, sea una cuestión familiar, social o personal. Así, su incapacidad para desconectarse acaba poniendo en riesgo su salud personal y global de forma gradual y paulatina.
Según Marisa Bosqued, psicóloga clínica, la situación en la que se encuentran los trabajo-adictos provoca que poco a poco vayan perdiendo su estabilidad emocional, llegando incluso a generarle ansiedad por el control y el poder para tener éxito.
El espectro de comportamiento puede ser muy plural, por ejemplo, su cupo de días libres suele estar lleno o intacto incluso; en casos extremos, llegan a renunciar a sus vacaciones por permanecer trabajando. De ahí que sean los primeros en llegar a la oficina y los últimos en irse.
La pregunta es: ¿cómo algo que en sus inicios fue considerado como patológico y condición de riesgo fundamental para la salud y el equilibrio emocional pasó a ser el tipo de perfil que buscan las empresas o suman el grueso de personas que tienen posiciones de mando en los organigramas? ¿Por qué comenzamos a normalizar lo patológico?
Quien dijo que “estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma no es una buena forma de medir la salud”, no pudo ser más agorero, pero ahora mi memoria me traiciona para citarlo con honestidad, lo que quiero decir, queridos lectores, es que cuando la adicción al trabajo se convirtió en la moneda con la cual podía comprarse una figura de éxito, el whorkaholismo se convirtió en la norma, no en la excepción y comenzamos a perder el rumbo.
Andábamos corriendo, pero no sabíamos hacia dónde, y peor aún, algunos, al parecer, no estaban corriendo, sino huyendo, pero, ¿de qué o de quién? Porque en esa carrera maratónica de días grises y horas anacrónicas de trabajo dejamos detrás a la familia, a los amigos, a nuestro juicio. Nos han dicho que hay que amar el trabajo, que el trabajo nos dignifica, pero hemos olvidado que la mesura es la virtud del hombre justo.
El trabajo no te amará es el lúcido y revelador libro de Sarah Jaffe, donde desglosa la devoción sobre la que se ha cimentado el trabajo y cómo nos mantiene explotados, agotados y solos. Jaffe propone que entender la trampa del amor al trabajo nos permite no sobrexplotarnos y exigir lo que verdaderamente valen nuestros oficios.
Una vez liberados, al fin podremos averiguar lo que realmente nos da alegría, placer y satisfacción. Coincido cuasi totalmente con la autora, porque también es cierto que el trabajo ofrece un nivel de cohesión social; es en los extremos donde se vierte el veneno, ya sea de forma activa como en el whorkaholismo o de forma pasiva e indolora cuando nos arropa la monotonía laboral y nos “zombifica” detrás de un salario que apenas nos permite llegar a fin de mes, aislados, desmotivados…, al parecer casados, pero no con la familia, sino con ese trabajo que no nos amará, pero sí nos quemará hasta que la muerte nos separe.
![]()




















