Por Dra. Marcia Castillo, neuróloga
J. Eugenides escribió: «La biología te da un cerebro… la vida lo convierte en una mente». Ya sabemos que la mente no es algo abstracto; el dualismo cartesiano es historia. Separar el cerebro de la mente es imposible: entrelazando diversas locaciones, circuitos y neuroquímica, encontramos la memoria biográfica, la intrahistoria personal y nuestro yo, que con antelación estuvo acrisolándose en una personalidad y un carácter como respuesta a nuestras primeras vivencias. Este entramado explica cómo somos, pensamos y actuamos, gestados en una sociedad que, desde el núcleo fundacional (la familia) hasta lo macro —el Estado, la religión, el contexto sociocultural—, nos moldea.
Reflexionando sobre la salud masculina, señalamos algunas diferencias entre el cerebro del hombre y el de la mujer. Por citar: el cerebro del hombre posee mejor orientación visuoespacial y capacidad de fijación en una sola tarea.
Hasta aquí, generalidades… En las últimas décadas, profesionales de la neurociencia han observado con preocupación una peor gestión emocional, alteraciones conductuales y desórdenes de memoria cada vez más patentes en el hombre, planteando serios cuestionamientos sobre si está cambiando nuestro cerebro o si simplemente atravesamos momentos convulsos. Es válido en ambos casos porque «el cerebro es fuerte, pero la mente es frágil».
La posmodernidad, la inmediatez, el individualismo y la hiperconectividad redefinen aspectos vitales, incluyendo memoria, conducta y emociones, fisurados por elementos culturales, tecnológicos y sociales.
La memoria en la era digital está experimentando cambios debido al acceso constante a los dispositivos. La digitalización y la información en línea permanente generan una especie de «memoria externa». Dependemos de ellos para recuperar información, y esto va en detrimento de la memoria a corto y largo plazo. Fenómenos como la infotoxicación y el insomnio impactan severamente las cogniciones.
La exposición constante y la adicción a las redes no afectan únicamente la forma en que los hombres están interactuando y comunicándose; existe, además, una necesidad de aprobación que conlleva ansiedad y relaciones superficiales, creándose una percepción idealizada de las cosas que, al no concretarse, detonan impotencia y toma de decisiones desacertadas. La sobreexposición a información y opiniones refuerza creencias preexistentes que afectan la conducta social y política.
Otro aspecto medular en el panorama actual de la mente masculina, hoy, con la celeridad con que se lleva el día a día, es la percepción de desesperanza, sumada a un agotamiento psíquico que acarrea la sensación de descontrol, desconexión emocional, intolerancia a la frustración e impulsividad.
Cambia la sociedad y cambia la mente del hombre, que reacciona ante ella tratando de adaptarse, pero estamos llamados hoy a crear el futuro que queremos ver, porque es un signo de enfermedad estar bien adaptados a una sociedad enferma.