Por: Dra. Marcia Castillo
En portada: Saturno devorando a un hijo, de Pedro Pablo Rubens
Parecía un circunloquio entre el resucitado y el que luego sería la piedra de la nueva iglesia. El cuestionamiento se repetía una y otra vez. Tal vez Jesús sabía que tres veces era el número referencial para su sucesor aquí en la tierra. Si tres veces sirvieron para desligarse de él, tres veces sin duda volverían a unirlos. Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le respondió: “Sí, Señor, Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”.
Un mundo de lobos, monstruos y corderos
Hace más de un siglo existió un hombre deformado por una joroba gigante, a veces tosía con sangre, veía poco y tenía los ojos pequeños, pero con los anteojos parecía que tenía dos focos inmensos en la cara. Antonio Gramsci tenía la cabeza grande igual que sus pensamientos, de hecho, ha sido considerado uno de los más grandes pensadores, sociólogo, filósofo y periodista de todos los tiempos. “Un cerebro así debe ser encarcelado”, dijo uno de sus captores, y así fue, el régimen fascista de Mussolini lo condenó a veinte años, cuatro meses y cinco días de reclusión. “Tenemos que impedir que este cerebro siga funcionando”, repetían, aun así, ni el garrote ni la mano fría de la enfermedad o la represión impidieron que escribiera sus emblemáticos Cuadernos de la cárcel. Gramsci siguió divulgando e iluminando detrás de las rejas, su cerebro permaneció funcionando perfectamente. No era un monstruo, pero sabía bien de ellos, habló de ellos y del aparato político, social e histórico de donde emergen: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
En el claroscuro que no acaba: el hombre lobo del hombre
¿Simón Pedro, me amas? Apacienta mis ovejas. El pastor tiene sesenta ovejas en su redil, pero no las apacienta, las droga, las abusa, las mata dos veces, las mata moralmente y espiritualmente. Era un hombre servicial, dicen los vecinos, solícito. Titular: Violación sexual, acto de tortura y barbarie en contra de 5 menores. “Y cualquiera que haga tropezar alguno de estos pequeños que cree en mí mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino y se le echara al fondo del mar”.
El pastor recita la Biblia todos los días en la mañana, pero este versículo prefiere ignorarlo. Titular: La justicia impone 18 meses de prisión al imputado del caso centro de menores. Era un hombre inteligente, sabía usar bien las palabras, insisten los vecinos. Se hacía llamar el pastor, pero no tenía iglesia, administraba fármacos, pero no era médico.
Contando ovejas
Mi papá me ama, mi papá me mima, mi papá nos da jugo, ahora tenemos sueño mi hermana y yo, pero hoy no contamos ovejas. El sueño llegó rapidito, es un sueño raro porque nubla los ojos y el pensamiento, algo nos ahoga, a mi papá también, pero él bebió jugo de último porque mi papá me ama y me mima. Ahora los tres dormiremos.
Papá publica estados de Whatsapp, amenaza, bebe ron de la botella y oye bachata la noche antes. Se convirtió en un monstruo solitario en el claroscuro del colmadón: “F… está herido”, postea papá, y nadie piensa que algo anda mal en su cabeza y que mañana será peor, mejor dicho, no habrá mañana.
¿Mi papá me ama? “Tú sabes que los amo por eso hago lo que hago”. Titular: Hombre envenena a sus dos hijos y luego se mata.
Lobos disfrazados de corderos
Tu sabes que te amo por eso no puedo dejarte ir.
La mamá dice que ese muchacho es educado, que da los buenos días y que nunca prende la radio después de las 8:00 pm, que hasta se persigna cuando se monta en el carro antes de ir al trabajo, pero cuando se emborracha se vuelve otra persona, eso lo heredo de su papá, pero es muy trabajador.
“Yo me voy para donde mi mamá”, “Tu mamá no te aguanta, solo yo, ¿para dónde vas a ir muerta de hambre si todo lo que tienes es porque te lo doy yo?”, y ella hace como que se va, pero está paralizada, más cuando él da la vuelta, camina hacia la puerta con pasos ligeros como algodón, intentando abrir la manilla, y cuando él la mira: “¡Ah te quieres ir! ¡Te quieres ir! Pues vete, pedazo de mierda, mientras la empuja por las escaleras y el cráneo se le abre como fruta madura y el rojo se mezcla con el agua de la cuneta.
Él siempre da los buenos días, pero si se emborracha se vuelve otro. “¿Me amas? Claro que te amo, tú sabes que te amo”. Y lo dice tres veces como Simón Pedro, con una honda tristeza porque después de todo lo que él ha hecho por ella cómo puede dudar, mientras la sangre sigue tiñendo el agua sucia que viene de otras cunetas y otras mujeres amadas por sus esposos hasta que la muerte los separe.
“Apacienta mis corderos”. Pero la madre de él no es paciente, aunque intenta apacientar a su forma: “Aguanta mi hija, no lo provoques, háblale bajito”. La madre sabe bien de lo que habla, hace años que toma pastillas para los nervios y dos veces ha tomado veneno para ratas. Su esposo también era un hombre bueno, pero se ponía así como el hijo, y eso le desbarató los nervios para siempre.
¿Cuándo acabará el claroscuro? ¿Cuándo llegará el tiempo nuevo? El vecino no es monstruo, sobrio es manso como un cordero. Titular: Hombre mata a mujer tras empujarla por las escaleras y luego se pega dos tiros.
¿Me amas, Pedro?
Claro, Señor, tú sabes que te amo.